20 mayo 2022

Reflexión sinodal desde el Santuario de Nuestra Señora de Gudalupe (México)

Latin America
Format: Texts & Image
Type: Communication, Liturgy, Scripture & Prayers
Organisation: Archdiocese / Diocese
Monseñor Salvador Martínez Ávila, Rector del Santuario de Nuestra Señora de Guadalupe en Ciudad de México, nos ofrece para nuestro newsletter algunas reflexiones surgidas del testimonio bíblico de la Virgen María para reconocerla como imagen del caminar juntos. Concluye añadiendo algún dato del acontecimiento guadalupano según se narra en el Nican Mopohua (relato de las apariciones marianas en náhuati). Leer más.

Este es su mensaje completo:

“El primer dato que podemos comprender a propósito de la Virgen María es que ella es miembro del pueblo judío, esto se puede afirmar por su nombre, por estar desposada con José miembro de la casa de David (Lc 1, 26-27) y ser pariente de Isabel (Lc 1, 36). Ella, como cualquier joven mujer judía, vivía con la esperanza de ser elegida madre del mesías, y así lo cumplió Dios por la embajada del ángel Gabriel. El camino de fe judío es sin duda una responsabilidad individual de relación con Dios, como lo mandó Dios en el primer mandamiento: “Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón…” (Dt 6,5). Sin embargo, este mandato irreductiblemente individual agrega a la persona a un pueblo que le pertenece al Señor por vía de una alianza pactada en el Monte Sinaí (Ex 19,5-6). María heredó por conocimiento y por vivencia, el sentido comunitario de pertenencia a Dios. De tal manera que por el llamado a ser parte del pueblo se recibe el mandato del amor personal y al cumplir este comando se inserta, verdaderamente, en el “pueblo santo de Dios”.

María, al recibir la visita del ángel, no se sorprende de ser la elegida, más bien se pregunta por la singularidad del saludo del ángel y sobre la forma en que se encarnaría ese hijo anunciado. Un poco más adelante en los relatos evangélicos miramos a la joven pareja de José y María cumpliendo con la norma del país dominante para empadronarse en Belén de Judá. En este peregrinaje, que desembocó en el nacimiento de Jesús en circunstancias precarias (Lc 2,1-7), podemos observar a María y José cumplir con lo oportuno o inoportuno del mandato recibido. Ellos afrontan la realidad confiados en la providencia de Dios. Esta misma obediencia los lleva a huir apresuradamente a Egipto ante la amenaza de Herodes (Mt 2,13-15). Camina ella, camina su esposo y su hijo con comodidad o sin ella, con premura y bajo amenaza. Y, al regreso de Egipto, con la mirada puesta en un pequeño pueblo de Galilea. Caminan individuos vinculados por el amor, y vinculados por el designio providente de Dios que lleva a buen término sus andanzas. Cuando Jesús tenía doce años toca a la madre confrontar al hijo despues de tres días de pérdida: ¿Por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando…” (Lc 2,48). El término de referencia no es tú-yo, sino tú-nosotros. María no se concibe aparte de José y tal vez ni siquiera aparte del resto de la caravana en la cual transitaban hacia Galilea. Jesús, en cambio, expresa una relación autónoma yo-Él: “¿No sabían que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?”. Por los resultados de este diálogo observamos que prevaleció la perspectiva de sus padres. Jesús vivió en Nazareth sujeto a la autoridad de ellos y así fue creciendo en estatura y gracia (Lc 2,51). Con esto podemos observar que la maduración vocacional de Jesús se llevó a cabo en el contexto comunitario de la práctica judía galilea y no en la que se daba en Jerusalén. El caminar de fe de la virgen también se vio probada cuando la familia juzgó que Jesús, tal vez, había perdido la cordura (cfr. Mc 3,21.31) ¿Sería que Jesús había roto el patrón de comportamiento esperado para el hijo único de una mujer viuda, al irse de casa a radicar en otra población? El detalle que llama la atención es que María no se queda quieta, María no va sola, es parte de un nosotros preocupados por uno de sus miembros y que toma cartas en el asunto para protegerlo en caso de que estuviera “fuera de sí”.Nuevamente, por los resultados de esta búsqueda queda claro que Jesús y su familia llegaron a un acuerdo favorable. San Lucas reporta que un grupo de mujeres seguían a Jesús, pero no atestigua que su madre fuera una de ellas (Lc 8,2-3). Pero sí la encontramos al pie de la cruz, de nuevo no está sola. Jesús la vincula al discípulo amado como su madre y a él como su hijo (Jn 19,25-27). El evangelista nos reporta que, desde aquel momento, el discípulo la acogió en su propia casa. La casa propia del discípulo amado no es el domicilio físico, según vemos la madre formará parte de la comunidad orante antes de Pentecostés (Hch 1,14). La casa de ella no son paredes y techos, la casa de ella son sus hijos, los discípulos amados de Jesús. Por este mismo dato es comprensible que en 1531, diez años después que fuera conquistada la Gran Tenochtitlan, María vienera a la casa de sus nuevos hijos. No resulta extraño que pidiera una casita sagrada donde mostrara todo el amor de él, su Hijo Jesucristo, a todos los que la buscaran. Esta madre mostró al indio Juan Diego que no se puede actuar a espaldas del obispo, pues todo debía ser autorizado por él. Las apariciones de la Virgen María aquí en el Tepeyac tienen esa impronta de presencia materna: “no estoy yo aquí que tengo el honor de ser tu madre”, le dijo al afligido Juan Diego, para abrirle los ojos al poder de su maternidad. Para concluir, tal vez el rasgo más sinodal de María sea precisamente su maternidad, en primer lugar como madre, maestra y discípula de su propio Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Pero en particular para nosotros, su maternidad es escuela de comunión con la Iglesia orante, escuela de sumisión a la mediación del obispo, escuela de confianza en el poder y el interés de Dios por la salvación de sus hijos más pequeños. Amén”.